Informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasifican al glifosato como cancerígeno y permite evaluar cómo se logró que este agroquímico sea utilizado en el país. Ha sido fabricado para ser aplicado directamente en las hojas, pero aunque no se aplique directamente a los suelos, una concentración del compuesto puede llegar a ellos durante la utilización. El glifosato puede contener compuestos que son cancerígenos para los seres humanos, además, estudios revelan que la absorción de glifosato en el suelo disminuyen sus nutrientes. En nuestro país hay 20 millones de hectáreas de producción de soja y se utilizan 200 millones de litros de glifosato que se esparcen en los campos, pero científicos denuncian sus efectos en las personas demostrando que generan efectos no deseados en embarazos, casos de leucemia, malformaciones, e innumerables casos de cáncer en las zonas donde se fumiga con este producto. En el ambiente el uso de glifosato puede provocar interacciones complejas, pudiendo aparecer contaminación, destrucción de hábitats y efectos sobre la biodiversidad. Las aguas superficiales se ven afectadas por este pesticida como así también produce efectos sobre anfibios, reptiles y mamíferos no solo por la ingesta de vegetales contaminados sino también por el contacto a través de la piel, los ojos o por inhalación. En la actualidad muchos países han prohibido la utilización del producto pero en nuestro país se continúa utilizando a pesar de las pruebas convincentes de que puede causar enfermedades. Existen muchos problemas con los cultivos transgénicos, fundamentalmente su tendencia a producir efectos inesperados o impredecibles. Ningún cultivo genéticamente modificado debería crecer en el medio ambiente, ni ingresar a la cadena alimentaria. Es necesario realizar en forma urgente una revisión de la seguridad para la salud humana y animal y para el medio ambiente. Por ello los cultivos genéticamente modificados no deberían formar parte de un modelo agrícola sustentable, y su cultivo debería ser prohibido.